desesperados
¿De dónde salía ese odio a los judíos? Entre las numerosas explicaciones posibles hay una que de entrada resulta extraña: la envidia. Es la que propuso en 1933 Siegfried Lichtenstaedter, un alto funcionario bávaro retirado, judío y a la vez alemán hasta la médula. En sus ratos libres escribía novelas en las que abundan las profecías. Acierta a menudo, y volveremos sobre él más adelante. Afirma que el resentimiento de los antisemitas nace de la envidia. Envidian a los judíos porque son cultos, ricos, exitosos, más felices que ellos. La envidia es una razón suficiente para odiar. Al envidioso puede carcomerlo el rencor, pero nunca admitirá que en el fondo desearía parecerse al otro. Muy al contrario, lo denigra, asegura que le repugna, lo tilda de ladrón, canalla, inmoral, estafador, astuto si tiene éxito, parásito si no lo tiene, despreciable en cualquier caso. Niega querer llegar a ser como él. Solo sentirá una impagable satisfacción si el otro cae en desgracia, si pierde lo que el envidioso considera ventajas y privilegios. En alemán existe incluso un término específico para designar el disfrute, la alegría por la infelicidad ajena: Schadenfreude.