Mauricio Montiel Figueiras

y que redundó en que tú y yo no nos conociéramos mientras crecíamos y por ende nos fuéramos convirtiendo en un par de extraños pese a ser hermanos

La sangre llama o más bien ruge

Tuyo aunque solo sea para ti un niño que también lloraba en aquella incandescente mañana de primavera tan parecida a un incendio

me gusta murmurar tu nombre como si paladeara una miel deliciosa y exótica aunque con regusto amargo. No te confundas: ese resabio no es más que la amargura que mamá me ha dejado como una herencia espinosa, un alambrado de púas del que me he tratado de desembarazar no sin grandes esfuerzos porque los envuelve no solo a ti y a papá sino a todos los hombres

Alessandro, yo sí necesito recordar: el recuerdo es el combustible que requiero para no quedar varada en el desierto creado por el exilio al que mamá me arrastró consigo

Y ven, en algún momento ven junto a mí para que nos enjuguemos el llanto con el que nos despedimos sin decir nada y logremos sonreír al cabo de tantos años

Tu hermana que te ha adorado siempre a la distancia, a través de un cristal polvoriento

vaya tarea la de ocuparse de lo que los muertos no alcanzaron a resolver

prometo que iré a buscarte si es necesario hasta los confines del mundo para intentar recuperar el tiempo que hemos perdido y derretir la imagen de niños bañados en lágrimas con que quedamos congelados en la memoria. Por cierto, ¿crees que mamá pueda y sobre todo quiera acordarse de mí?

sus odios eran árboles con raíces tan largas y profundas como las de sus afectos