—No me dejes —me ruega—. Amor, no me dejes, por favor.
Suelta la pistola y se aferra a mi rostro sin dejar de llorar, alterna la vista entre las heridas y mi cara.
—Dilo —vuelvo a pedir con el poco aliento que me queda—. Dilo, por favor…
—¡Te amo! —me grita—. ¡Te amo y no quiero que me dejes!