La caricia de la oscuridad

Vive entre los dos mundos —dijo—. Pero no nos dejes para siempre: a mi gente, a tu gente… a mí.

—Porque… hasta hoy, no creía en el amor.

Pero Hades se limitó a reír y a apretar sus labios contra los de ella.

Podría pasarme todo el día besándote.

Tus palabras importan —dijo—. Solo las tuyas.

Pensaba que las palabras no significaban nada para ti.

La vida es dura ahí fuera, Hades, y a veces vivirla es suficiente penitencia.

—Buscamos la verdad, Perséfone —dijo Demetri—. Hay poder en la verdad. ¿Quieres poder?

—Y las dos sabemos que ya has terminado ese trabajo, solo que eres una perfeccionista.

Las mejillas de Perséfone se sonrojaron. ¿Y qué si era verdad? Los estudios eran lo primero y lo único que se le daba bien.

s —susurró el dios.

—Yo también te he echado de menos —dijo ella y se apartó. Estudió su rostro, acariciando la curva de su mejilla y el arco de cupido—. Lo siento.

—Yo también —dijo él, y ella se dio cuenta de que la estaba examinando con la misma atención, como si intentara memorizar cada parte de ella—. Te quiero. Debería habértelo dicho antes. Debería habértelo dicho aquella noche en el baño. Entonces lo supe.

Ella sonrió, sus dedos se hundieron en su pelo.

—Yo también te quiero.