Sus demonios creen y se estremecen (Santiago 2:19), pero siendo confirmados en la maldad, nunca buscan el perdón y la pureza. Tienen un profundo conocimiento de que Jesús es el Señor del mundo espiritual, pero su confesión no envuelve una confianza salvadora o una sumisión voluntaria. Respetan a Cristo (Mateo 3:11), pero tal respeto no viene del amor por una santa comunión, sino por la inclinación de una voluntad inferior a una superior, en odio y resentimiento.