—¿Me dejarás marchar alguna vez? —murmuro, recordando la conversación que tuvimos hace mucho tiempo.
Contrae los labios en una ligera sonrisa. Él también lo recuerda.
—No —responde en voz baja—. Nunca.
Nos quedamos en silencio durante un instante, entonces me pregunta:
—¿Quieres que te deje marchar?
—No, Julian. —Cierro los ojos y esbozo una sonrisa—. Nunca.