Invocaban también a su propio ingenio, mediante el nombre de musas; a su propia ignorancia, con el nombre de Fortuna; a su propia lujuria, con el nombre de Cupido; a su propia rabia, con el nombre de Furias; a sus propias partes privadas, con el nombre de Príapo; y atribuían sus poluciones a íncubos y súcubos, ya que no había nada que un poeta no pudiera introducir como persona en su poema, nada que no pudieran convertir, o bien en Dios, o bien en diablo.»