nuestro destino es ser asumidos, por la redención del Hijo, en el Espíritu Santo, en la gloria de Dios Padre. Cristo, a quien y con quien servimos, tiene esa misión de llevarnos al Padre y enviarnos el Espíritu Santo que nos asiste en nuestra santificación, es decir, en la perfección en nosotros de esa vida divina. ¡He aquí las grandes realidades!