Quizás estas autoficciones, muchas de ellas asociadas a la llamada “literatura de los hijos” y la posmemoria, sean el canal válido que encuentran nuestros narradores para lograr una realización estética y política no siempre del todo desafiante, pero al menos abierta a nuevas formas de exploración escritural –en un ámbito usualmente caracterizado por su falta de riesgo—, en que la pose, irrepetible y extrema, multiplicada, sea el umbral de un nuevo tipo de respuestas a las preguntas que aún hoy no parecen resueltas.