Durante buena parte del siglo XX, Charles Spencer Chaplin fue, con toda certeza, el ser humano más popular del orbe. Su inmensa fama alcanzaba por igual a todos los estamentos de la sociedad de su tiempo, sin exclusión de razas, etnias o clases sociales; sin embargo, lo cierto es que su mayor predicamento se encontraba sobre todo entre los estratos más humildes de la población, los cuales le habían elegido por aclamación como su valedor más cualificado. Así, mientras Chaplin se codeaba en elegantes almuerzos con personajes de relumbrón, de postín, prebostes de la cultura y la ciencia como George Bernard Shaw, Winston Churchill, Albert Einstein o el propio Salvador Dalí, eran no obstante las gentes más llanas y anónimas las que invocaban su nombre (o el apodo de su feliz invención: Charlot) con mayor fervor. Javier Ortega, con su habitual claridad de análisis, repasa las peripecias artísticas y vitales de la vida de Chaplin, sin lugar a dudas una de las más atractivas que ha deparado el mundo del cine.