El rey cuervo

—Bienvenido al Nido —dijo Jean.

—Una secta —repitió Neil.

—Te has pasado, Neil —dijo Nicky—. Con lo calladito que eres, a veces eres un cabrón. Se puede rechazar a una chica con delicadeza, ¿sabes?

—¿Por qué? —preguntó Neil, pero Nicky solo suspiró con lástima. Neil se metió las manos hasta el fondo de los bolsillos y miró a Dan—. ¿A las chicas hay que tratarlas con delicadeza? Pensaba que eran muy fuertes como para eso.

Dan le sonrió con aprobación.

—La mayoría lo somos, pero otras son como los chicos y tienen el ego delicado.

—Que confíe en ti. —Andrew pronunció cada palabra como si fuera la primera vez que las oía. Se rio y aferró la barbilla de Neil con fuerza—. Mientes, mientes y mientes, ¿y crees que te confiaría su vida?

—Pues no confíes en «Neil» —dijo—. Confía en mí.

—¿Y quién eres tú? ¿Tienes nombre?

—Si necesitas uno, llámame Abram.

—¿Qué te hace tan especial? —preguntó Matt.

—No soy especial —dijo Neil, confuso.

—Andrew no cede ante nadie. ¿Por qué a ti no deja de decirte que sí?

—Está colocado —dijo Neil, haciendo girar un dedo junto a su sien—. Cree que es divertido.

Estaban agotados, doloridos y decepcionados por la derrota, pero los Zorros salieron del estadio sintiéndose campeones.

Mientras los escuchaba, Neil se dio cuenta de que era feliz. La sensación era tan ajena e inesperada que perdió el hilo de la conversación durante un minuto. No era capaz de recordar la última vez que se había sentido tan incluido y a salvo. Era agradable, pero peligroso. Alguien con un pasado como el suyo, cuya supervivencia dependía de secretos y mentiras, no podía permitirse bajar la guardia. Pero con Nicky riéndose e inclinándose hacia él para hablar de uno de los goles de Neil, no pudo evitar pensar que quizás podía permitírselo, solo por una noche.