En una de las burbujas, el Joker chillaba y las multitudes soltaban sus risas enlatadas a modo de respuesta. En aquella burbuja el clima no estaba cambiando y el final del casquete polar ártico no era más que una nueva oportunidad inmobiliaria. En aquella burbuja, los asesinos con armas de fuego estaban ejerciendo sus derechos constitucionales, pero los padres de los niños asesinados eran antiamericanos. Si los habitantes de aquella burbuja salían victoriosos, el presidente del país vecino del sur, que se dedicaba a mandar violadores y asesinos a América, estaría obligado a pagar un muro que separara a las dos naciones y mantuviera a los asesinos y violadores al sur de la frontera, que era donde tenían que estar; y el crimen se terminaría; y los enemigos del país serían derrotados al instante y de forma aplastante; y las deportaciones en masa irían muy bien; y se vería que las periodistas no eran de fiar porque les salía sangre del chirimbolo; y se revelaría que los padres de los héroes de guerra muertos trabajaban para el islam radical; y ya no habría que respetar los tratados internacionales; y Rusia sería nuestra amiga y no tendría nada que ver con el hecho de que fueran los oligarcas rusos quienes sostenían las turbias empresas del Joker; y los significados de las cosas cambiarían; se entendería que las bancarrotas múltiples proporcionaban una magnífica experiencia con los negocios; y se entendería que tener tres mil quinientos pleitos en tu contra demostraba que tenías visión de negocios; y que estafar a tus contratistas demostraba que eras un negociador con pelotas; y que tener una universidad corrupta demostraba que estabas comprometido con la educación; y la Segunda Enmienda sería sagrada pero la Primera no, de forma que quienes criticaban al líder sufrirían las consecuencias; y a los afroamericanos les tendría que parecer bien porque qué demonios tenían que perder. En aquella burbuja el conocimiento era ignorancia, arriba era abajo y la persona adecuada para tener los códigos nucleares en la mano era aquel risitas de boca pintarrajeada de rojo, piel blanca y pelo verde que en una ocasión le había preguntado cuatro veces a un equipo de militares que le estaban presentando su informe por qué era tan malo usar armas nucleares. En aquella burbuja, los naipes afilados como navajas eran graciosos, y las flores en la solapa que rociaban las caras de la gente con ácido eran graciosas, y desear poder acostarte con tu hija era gracioso, y el sarcasmo era gracioso aun cuando lo que se denominaba sarcasmo no era sarcástico, y mentir era gracioso, y el odio era gracioso, y la intolerancia era graciosa, y abusar de los débiles era gracioso, y el año era, o casi era, o pronto podía ser, si las bromas salían como pretendían, mil novecientos ochenta y cuatro