La niña alemana

Aprendí que, para sobrevivir, lo más conveniente era vivir en el presente. En esta isla no hay pasado ni futuro. El destino es hoy.

no tienes fe ni estás dispuesto al perdón, si no crees en nada, no hay forma de que tu cuerpo y tu alma se vayan juntos.

No estaba frente a una limpieza racial que buscara la perfección física, la medida y el color para lograr la pureza. Se trataba de una limpieza de ideas. Le temían a la mente, no al físico.

un nuevo sistema social, que en realidad no era más que un juego del absurdo, un «quítate tú pa’
ponerme yo», como rezaba un dicho popular. Le arrebataban el poder al rico y se lo entregaban al
pobre, que pasaba entonces a ser rico, ocupaba casas y propiedades y se sentía invulnerable. El círculo vicioso recomenzaba: siempre quedaba alguien abajo, aplastado.

el mundo nos ignora. Todos bajan la mirada con turbación, como queriendo salir de esta situación embarazosa. Quieren lavarse las manos para evitar cargar con la culpa.

Estamos solos.
Nadie viene a salvarnos.

Lo que me espanta de la muerte es no poder despedirme, irme sin decir adiós.

Desde que nacemos, los impuros estamos preparados para una muerte prematura. Desde hace años, incluso en la época en que éramos felices, la esquivábamos a cada paso, tropezábamos con ella y seguíamos adelante. A veces me pregunto qué nos da derecho a creer que podemos sobrevivir mientras los demás caen como moscas.

Juego a ser niña y culpo a mis padres, pero al final sé que mi destino no está en mis manos ni en las de ellos; que intentan sobrevivir en medio de una ciudad que no puede sostenerse más