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Clara Obligado

Las otras vidas

  • Jesus Koyochas quoted4 years ago
    Viviendo entre colombianos, me convertí en doblemente extranjera. No sé si los argentinos nos parecemos más a los ingleses que a los colombianos, en todo caso me sentía extraña. Estaba cansada del desorden, de las borracheras permanentes, los gritos en mitad de la noche. Soy casi abstemia, tengo un límite con el alcohol ajeno.
  • Jesus Koyochas quoted4 years ago
    El 5 de diciembre de 1976 llegué a Madrid, procedente de Argentina. Lo hice en un avión de Iberia, que tomé en Montevideo, por el temor que me producían las constantes desapariciones en la frontera. Salí vestida de verano, como si fuera una turista que se dirige a las playas del Uruguay y, dos o tres días más tarde, subí al avión que me llevaría a España, donde era invierno. Me despidieron mi padre y mi hermana. Tardé seis años –los que duró la dictadura– en poder regresar al país
  • Jesus Koyochas quoted4 years ago
    Tendida sobre el género, la sirena estiró su cuerpo como si quisiera ofrecerse a todos los hombres del mundo. De pronto, comenzó a cantar. Una batahola marina, casi un hedor, punzó el mercado, escoró en los corazones y, por un momento, todos los hombres la desearon. ¡Amar a una sirena, naufragar en su abrazo! ¡Oh, el remolino, la ola, la intensa marejada
  • Jesus Koyochas quoted4 years ago
    Abrir tumbas es un sano ejercicio que no recomiendo a nadie. Adentro están escondidos los espejos
  • Jesus Koyochas quoted4 years ago
    Es fascinante ver cómo, en las parejas más sólidas, incluso después de años de convivencia, afloran, en la mina de los afectos, vetas raras, galerías inexploradas. Esta Maite que emergía ahora parecía un ser nuevo que habitaba muy lejos de él, como si viviera dentro de una pompa irisada. Y, aunque su esposa volvía a sonreírle, Fermín sintió que ese gesto de ternura no iba con él sino con la humanidad, con el cosmos en su conjunto, con el universo, como si quisiera hacerlo partícipe de algo sorprendente y universal que ella había descubierto y que no parecía dispuesta a explicarle
  • Jesus Koyochas quoted4 years ago
    Pensó mucho en ello durante los meses de gestación e incluso había realizado grandes esfuerzos para desandar su infancia hasta engancharse al eslabón de la cadena que lo unía con su padre. ¿Qué se habría despertado en él, cuando Fermín nació? ¿Lo que él mismo percibía ahora? ¿Nada de nada? ¿Se sentiría también anestesiado? ¿Qué tenía que ver el deseo con todo esto? ¿Y con respecto a la hembra? En fin –acotó las ideas con su verdadero enunciado–, dicho a lo bruto, ¿querían realmente los hombres a su descendencia o el tan cacareado amor paterno era una construcción cultural tan tambaleante que se podía derrumbar de un codazo?
  • Jesus Koyochas quoted4 years ago
    Así, considerando el dios cuán difícil sería para el lento caracol encontrar pareja en el enmarañado verdor del huerto, sacó de su carcaj dos flechas y por dos veces lo hirió.
    Así el caracol, fiel a los designios de Cupido, se enamoró de sí mismo y cumplió con su deseo cada vez que le fue necesario
  • Jesus Koyochas quoted4 years ago
    La muerte de mi madre me sorprendió en Oaxaca cuando ya no era ni joven ni viejo, y entonces me di cuenta de que hacía diez años que no pisaba Madrid. Ah, cómo amaba entonces las pequeñas capitales de provincia, la mediocridad de sus tertulias, el humo flotante del tabaco, el dolce far niente. Cómo me hubiese gustado, a veces, en esos parajes bellos y escondidos, poderme afincar. Pero ni bien tomaba la decisión de comprarme una casa, ni bien decía «este es mi lugar» desde las sombras volvía la voz del verdulero, el deseo de Javier, los días de la infancia, y una frase me arrastraba como el viento:
    –Quién fuese joven otra vez, quién tuviera un barco. Huye, chaval
  • Jesus Koyochas quoted4 years ago
    Con él crucé la primera avenida y sentí que las calles son destinos de asfalto, nervaduras de un cuerpo desmesurado y gris abierto en ramales, por donde se puede husmear la libertad
  • Jesus Koyochas quoted4 years ago
    A mi amigo Javier lo perdí en un ascensor. De eso hace mucho tiempo y, si no fuera por las analogías que pueblan mi vida, tal vez lo hubiera olvidado. Hoy lo recuerdo porque llueve, y la lluvia es siempre remota.
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