Entre la «esfera superior», símbolo de la perfección, y la materia, que se desarrolla evolutivamente, Druskowitz elabora una deconstrucción inversora de la tradición misógina enraizada en el pesimismo schopenhaueriano o en la filosofía trágica de Nietzsche. Si Schopenhauer había descrito a la mujer como una especie de ente intermedio entre el niño y el hombre, Druskowitz considera que el varón, con su fea apariencia, no se amolda propiamente al ámbito de los seres dotados de razón; si Schopenhauer había descrito al género femenino como mentiroso, falso, infiel, traidor, desagradecido, despilfarrador y vanidoso, Druskowitz caracteriza al sexo masculino como codicioso, envidioso, peleón, pendenciero, arrogante y ávido de placeres, sexualidad y poder. Según ella, el macho humano está, incluso, por debajo de los propios animales, porque es el único que golpea y martiriza de la manera más refinada a su hembra, llegando al extremo de matarla. Es un ser nacido bajo el signo de lo demoníaco y del mal, el más peligroso de todos los seres vivos, la furia de las Furias, la Megera de las Megeras (aunque esta Erinia alude a la intransigencia femenina respecto de la infidelidad matrimonial). Si el mundo ha ido degradándose y se encuentra en decadencia, esto es solo responsabilidad del hombre, mientras que las mujeres son seres más dignos y nobles porque pertenecen a una estirpe más perfecta y aristocrática