El buscador de esencias

historias convergentes y misteriosamente ensambladas para convertirse por fin en elixir dentro de un frasco.

Antes de evaporarse en nuestra piel, las fórmulas nos transmiten en unos instantes las historias mezcladas de sus múltiples componentes.

Distintos oficios, simples o complejos, arcaicos o modernos, que son otros tantos eslabones indispensables en el camino de la creación de un perfume. En todas partes me fascina la presencia silenciosa de la transmisión en estas comunidades y estas familias. La supervivencia de resinas o de bálsamos, la determinación férrea de los productores y su pasión a la hora de hacer flotar de nuevo sobre la tierra los olores que han aspirado en ella desde hace siglos son milagros que me fascinan.

En el Antiguo Egipto, la mirra era indispensable para el embalsamamiento, ya que estaba asociada a la preparación del viaje al más allá. Las lágrimas de incienso, más secas, se prestan a la fumigación.

En volutas o en esencia, las fragancias del oud son lo bastante poderosas para hacerle vacilar a uno, para hacerle perder cualquier punto de referencia. El oud puro atrapa a la mente y no la suelta fácilmente, sino que se te sube a la cabeza como un opio legal.

Tradicionalmente, estas esencias deben olerse sobre la piel. Muslah deposita una gota en la cara interna de mi muñeca, la frota con suavidad y me deja olerla. Este olor a madera sombrío y desconocido, mezclado con calor animal, es siempre un impacto olfativo. El carácter de cuero sin curtir de la esencia de oud es motivo de asombro, cuando no de perplejidad. Esta mezcla mitad amaderada, mitad animal es única. Para algunos, el aspecto «cabra» del producto, que recuerda un establo o al queso, suscita reacciones de rechazo, pero para la mayoría de los perfumistas es el sumun.

Cuando se los observa con calma, los árboles de edad avanzada nos hablan. Saben las historias de antes de nuestro nacimiento, y también lo que será del mundo cuando nos hayamos ido. Los árboles viejos parecen inmortales; algunos deben de serlo.

Con el oud, la magia nunca está lejos. Venerada en China y Japón, es una de las tres esencias fundadoras del mundo árabe-musulmán, junto con la rosa y el ámbar gris. Es un tesoro codiciado por los reyes de todas las cortes orientales y de la Europa medieval, y se sabe que Napoleón ordenaba quemarla para purificar el aire.

En las silenciosas selvas de Bangladés, refugio de tigres y de cobras, empecé a entender el verdadero significado del nombre «madera de los reyes» gracias a los relatos de los dueños de un árbol, de su perfume y de su historia. Desde la Antigüedad hasta el siglo XVI, a esta madera se la llamó de distintas maneras: «madera de agar», en sánscrito; «madera de aloe», en la Biblia; «madera de águila», por los navegantes portugueses, y simplemente oud, por los árabes. También se la denomina «madera de los reyes», que quizá sea el nombre que mejor le va, en homenaje a su valor, a su singularidad, a su potencia y a su aura a través de la historia, en las cortes y los palacios, desde la India hasta Versalles.

Existen dieciséis especies de sándalo catalogadas, repartidas en una vasta región indopacífica que va desde la India hasta Hawái. Las esencias son diferentes, y sus colores, muy variados, pero todas ellas están marcadas por un típico rasgo del «sándalo» muy reconocible. A ellas hay que añadir cuatro especies endémicas de Australia y unos sándalos particulares de Nueva Caledonia, de las islas Fiyi, de las Tonga y de Vanuatu, pero el rey de los sándalos sigue siendo el sándalo blanco, Santalum album, que se extiende desde la India a Timor, pasando por Sri Lanka.