La reducción de la mortalidad dio lugar a un incremento significativo en la esperanza de vida al nacer, que pasó de 51,4 años en 1950-1955 a 74,4 en 2010-2015. En ese lapso, además, se acortó la distancia que separa a la región de otras más desarrolladas. Si a mediados del siglo pasado los latinoamericanos tenían, en promedio, una esperanza de vida 17 años menor que la de los estadounidenses y canadienses y 12 años menor que la de los europeos, en la actualidad esas diferencias se han reducido a 5 y 3 años, respectivamente (UN DESA, 2019).