La columna vertebral del poder romano era el ejército, un cuerpo adaptado y perfeccionado de acuerdo con estándares muy exigentes. Se esperaba que los soldados fueran capaces de marchar más de treinta kilómetros en cinco horas, al tiempo que cargaban con un equipo de al menos veinte kilos de peso. El matrimonio no solo era mal visto, sino que estaba específicamente prohibido con el fin de mantener a los reclutas unidos entre sí. Los cuerpos formados por varones jóvenes, muy bien adiestrados, en plena forma y apasionados, a los que se había educado para confiar en sus capacidades y estar convencidos de su destino, eran la roca sobre la que Roma había sido construida.