Como otros, pienso y hablo en años escolares, de septiembre a junio, el verano aparece entonces como un paréntesis, un periodo vacío, que en principio se sustrae a las obligaciones. Durante un tiempo pensé que se trataba de una deformación de madre de familia, cuyo ritmo biológico había acabado confundiéndose con el calendario escolar, pero creo que se trata sobre todo del niño que permanece dentro de mí, de nosotros, de nuestras vidas que se han recortado durante tanto tiempo en parcelas: una huella tenaz en nuestra percepción del tiempo.