«Los recuerdos del invierno en casa tienen una presencia indeleble. El frío, las estufas a querosene. Los tanques. Las bolsas de agua caliente que China nos ponía todas las noches. Las envolvía con los pijamas para que estuvieran calentitos cuando fuéramos a ponérnoslos. Los sabañones. La soledad en la casa era mayor que en el verano, pero de alguna manera era una soledad compartida con el resto del pueblo. Todo se volvía oscuro temprano y necesariamente la gente se refugiaba en sus casas. Nosotros pasábamos a ser parte de lo mismo. El frío nos igualaba».
¿Cómo se narra a una madre? ¿Cómo se narran sus claroscuros? La respuesta tiene una sola palabra: admiración. Una admiración sin juicio que la autora logra poner sobre la mesa, sobre el papel, con todas las líneas a la vista. Las voces de una niña en tiempo presente y la de una adulta con la perspectiva que brinda el tiempo logran en esta narración la construcción de una madre que lleva adelante una vida personal con convicciones, en un pueblo chico como Chivilcoy, en las décadas del setenta y ochenta.
La vida profesional, el entramado familiar, los secretos, los silencios, la talla de las mujeres y sus roles; las obligaciones y las inesperadas risas. Todo en una novela evocativa de escritura simple, llana y convocante.