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Olga Tokarczuk

Un lugar llamado Antaño

  • Miguel Alejandro Leónhas quoted4 years ago
    El peligro que amenaza este lado es la estupidez que procede de las ganas de dárselas de inteligente.
  • Claudia Hernández Ramírezhas quoted9 days ago
    continuación, se desvanecieron sus lugares más queridos; luego los rostros y los nombres de las personas amadas, que, al final, se rindieron por completo al olvido. Se extinguieron los sentimientos de Izydor: lejanas emociones (cuando Misia tuvo su primer hijo), desesperaciones (cuando se fue Ruta), alegrías (cuando le llegó una carta de ella), la seguridad (cuando coleccionaba series cuádruples), el miedo (cuando les dispararon a él y a Iván Mukta), el orgullo (cuando recibía dinero de Correos) y muchos, muchos otros. Y, al final, justo al final, cuando la hermana Ángela dijo «Ha muerto», empezaron a replegarse l
  • Claudia Hernández Ramírezhas quoted9 days ago
    Durante la cuádruple transformación de las estaciones del año, el árbol no sabe que existe el tiempo ni que esas estaciones se suceden una tras otra. Para un árbol, las cuatro cualidades existen juntas. El invierno es parte del verano y una parte de la primavera es el otoño. Una parte del calor es el frío y una parte del nacimiento es la muerte. El fuego es una parte del agua y la tierra es una parte del aire.
  • Ángel Sotohas quoted7 months ago
    en el sueño, igual que en el agua, siempre se entra con
  • lectorazul1q84has quoted7 months ago
    TIEMPO DEL PÁRROCO
  • lectorazul1q84has quoted7 months ago
    TIEMPO DEL MOLINILLO DE MISIA
  • lectorazul1q84has quoted7 months ago
    TIEMPO DE LA VIRGEN DE JESZKOTLE
  • lectorazul1q84has quoted7 months ago
    TIEMPO DEL SEÑOR POPIELSKI
  • lectorazul1q84has quoted8 months ago
    TIEMPO DEL HOMBRE MALO
  • martehas quoted9 months ago
    —¿Eli?

    —¿Sí? —levantó la vista hacia ella.

    —¿Te ha gustado?

    —Sí.

    Él alargó la mano, por encima de la mesa, hasta su cara. Ella retrocedió con brusquedad.

    —No me toques —dijo ella.

    El chico bajó la cabeza. Su mano volvió a la gorra. Guardó silencio. Genowefa se sentó.

    —Dime, ¿dónde querías tocarme? —preguntó en voz baja.

    Él levantó la cabeza y la miró. A ella le pareció ver rojizos destellos en sus ojos.

    —Te habría tocado aquí. —Y señaló el lugar en su propio cuello.

    Genowefa se pasó la mano por el cuello y sintió, bajo sus propios dedos, la piel caliente y el latido de la sangre. Cerró los ojos.

    —¿Y después?

    —Después te habría tocado los pechos…

    Ella respiró profundamente y echó la cabeza hacia atrás.

    —Dime dónde exactamente.

    —En el lugar más delicado y caliente… ¡Por favor, déjame que…!

    —No —dijo ella.

    Eli se levantó con ímpetu y se puso delante de ella. Ella sintió su aliento a pan dulce y a leche, como el aliento de un niño.

    —No puedes tocarme. Prométele a tu Dios que no me vas a tocar.

    —¡Zorra! —dijo él con voz ronca, y tiró al suelo la gorra arrugada.

    La puerta se cerró con un golpe seco tras él.

    Por la noche, Eli volvió. Llamó a la puerta con delicadeza y Genowefa supo que era él.

    —Me he dejado la gorra —dijo en voz baja—. Te quiero. Te juro que no te voy a tocar hasta que tú lo quieras.

    Se sentaron en el suelo de la cocina. Las rojas estelas de las brasas iluminaban sus rostros.

    —Es necesario saber si Michał vive. Aún sigo siendo su mujer.

    —Voy a esperar, pero dime, ¿cuánto tiempo?

    —No sé. Pero puedes mirarme…

    —Enséñame los pechos.

    Genowefa se bajó el camisón por los hombros. Su vientre y sus pechos desnudos resplandecían al rojo vivo. Escuchó cómo Eli contenía la respiración.

    —Demuéstrame cómo me deseas —dijo ella en voz baja.

    Él se desabotonó los pantalones y Genowefa vio su miembro hinchado. Sintió el placer de ver realizado el sueño que colmaba todos sus esfuerzos, todas sus miradas y todos sus suspiros. Aquel placer estaba fuera de control y era imposible detenerlo. Lo que ocurría en aquel momento era terrible, porque después ya nada más podría existir. Aquello se realizaba, se desbordaba. Algo terminaba. Algo empezaba. Y, desde ese instante, todo cuanto sucediera sería insulso y repugnante. El hambre que se despertaba ahora sería más intensa que en cualquier momento del pasado.
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