En esta obra que nos presenta Jorge Iván, la historia es contada por cuatro narradores en cuatro momentos distintos, cada uno con su estilo y sus limitaciones. Se trata de la presentación de ese evento que llamamos Los Villa desde diferentes puntos de vista y contextos. Sin darnos cuenta, esa historia familiar que comienza contada como si se tratara de una transcripción de notas de un diario, se va convirtiendo en la historia de un pueblo, en una historia de viajes, en un intercambio epistolar de una sola vía. El `yo' se va mezclando con el `nosotros' y con el `ellos' hasta hacerse indistinguibles de un simple “hay”, “ocurre”, “ha pasado”. Un rompecabezas en el que lo dicho explícitamente es solo un pretexto para ocultar algo más, algo innombrable… como si «todo sonido estuviera ahí para evidenciar un silencio”, como diría Cage. Y es en ese vacío de sentido en el que entramos nosotros como lectores, a completar la historia, a imaginar qué habrá sido de esos personajes, a jugar a ser un narrador más dentro del tejido inacabado que es esta novela corta y que nos enfrenta al hecho de que, no importa cómo pretendamos contar algo, la posibilidad de comprensión de un acontecimiento depende de la reconstrucción de los diferentes relatos que genera cada observador, cada actor. Y aún así, el sentido permanece ausente.