«“He escrito un libro —dice Luna— / por cada hombre que he / amado.” Aunque yo no sabría decir si la progresión literaria de la autora siguió siempre este algoritmo, la sentencia anticipa un destino, como a menudo ocurre con ciertos primeros textos escritos en la casi veintena. Pensamientos estériles, dicho de otra forma, es ese capítulo primerizo de una saga que con el tiempo cobra un sentido diferente —y he aquí, por cierto, una de las evidentes recompensas de su reedición hoy—. Saben, quienes conocen la obra de Luna, que su literatura nace de un apasionamiento lector difícil de igualar, y de una vitalidad amorosa que trasciende el simple tema literario. Con la misma voracidad, Luna lee y ama. En su pensamiento y en su escritura, creo, amor, deseo y erotismo son parte de unos acerados principios morales, y de una voluntad de vida tan libre como solidaria, que poco a poco convierten la biografía de Luna en la historia de un personaje literario —si me lo permiten— extraordinario y excepcional, como escrito por ella misma. “¿Va cuesta arriba todo este camino? —se preguntó una vez la poeta Christina Rossetti— / Hasta el mismo final.” Aunque todo amor que nace lo hace inconsciente de semejante desnivel, siempre es amable y sobrecogedor asistir a la maduración de ese afecto, pero también a sus más despreocupados años, felices. De eso van, también, estos nuevos Pensamientos estériles» (Antonio J. Rodríguez).
Diez años después de su escritura, Luna Miguel regresa a Pensamientos estériles: poemas urgentes y esenciales a la vez que nos hablan sobre el amor por la poesía y el amor por el amor, sobre el deseo y sobre el deseo de vivir y de escribirlo.