La sangre no es solo la carne –el cuerpo en su unidad autosintiente–, sino que representa la unidad histórico-material en la que se constituye la vida humana. La sangre es el símbolo del cuerpo espiritual, de la materia vital que, entre lo animado y lo inanimado, se pone históricamente en el centro de la constitución no sólo del cuerpo propio sino, desde el cuerpo vivido, del mundo social propiamente humano. Así la sangre es alimento, fertilidad, parentesco y ley. Legitima la propiedad y motiva la territorialidad, fundada en valores de fe, fidelidad y origen. Unifica lo social y lo disgrega. En la sangre comienza la vida y comienza la muerte. Ella motiva la comunidad y desata la venganza. La sangre representa el despliegue vital no solo orgánico, sino también de lo orgánico-interpersonal del sujeto. Por ello es materia y condición que atraviesa la identidad y la historicidad del yo. La propia sangre es la propia historia, un símbolo material de la conciencia en la que se forja la identidad del yo. La sangre es naturaleza y es historia, cultura, es tierra, materia prima, barro, maíz, trigo; es semilla, semen, leche y sudor. La sangre del propio cuerpo es la materia historizada, humanizada, en todas sus distinciones: la sangre menstrual, la sangre de la guerra, la sangre ofrendada. La sangre humana es «lo que se derrama», y el derramamiento es el modo de su sacralización, el reconocimiento que cifra la existencia material del mundo humano en el sacrificio. La sangre simboliza el sacrificio y el sacrificio vertebra y da sentido a lo social.
Este libro es un recorrido por la génesis espiritual de la animalidad humana y, con ello, origen material de la socialidad generativa de la existencia. El cuerpo propio es órgano de la naturaleza y el cuerpo otro es órgano de la voluntad, es el cuerpo viviente, vivido y propio. La apropiación del cuerpo vivido es lo propuesto aquí como fenómeno antropológico fundamental, o su avistamiento como fenomenología de la sangre.