primer día, 28 de febrero, fue el del accidente. El segundo el de los aviones. El tercero fue el más desesperante de todos: no ocurrió nada de particular
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muchacho de veinte años, macizo, con más cara de trompetista que de héroe de la patria, tenía un instinto excepcional del arte de narrar, una capacidad de síntesis y una memoria asombrosas, y bastante dignidad silvestre
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el gobierno le había señalado muy bien los límites de su declaración
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fuerzas armadas lo habían secuestrado varias semanas en un hospital naval,
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El Espectador, los encargados de ese honorable trabajo de panadería éramos Guillermo Cano, director; José Salgar, jefe de redacción, y yo, reportero de planta. Ninguno era mayor de treinta años.
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matanza de estudiantes en el centro de la capital cuando el ejército desbarató a balazos una manifestación pacífica, y el asesinato por la policía secreta de un número nunca establecido de taurófilos dominicales, que abucheaban a la hija del dictador en la plaza de toros.
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Colombia estaba entonces bajo la dictadura militar y folklórica del general Gustavo Rojas Pinilla,
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Luis Alejandro Velasco.
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diez días sin comer ni beber en una balsa a la deriva