Y había mucha soledad, toneladas de soledad, esa mañana de agosto en que la llamé por teléfono a su casa tras varios meses sin saber nada de ella, desde esa noche extravagante en Madrid. Lo que quería ser una llamada de tanteo, de retomar el contacto por la acción irresistible de la nostalgia, la salvó de la contradicción de querer morir sin la voluntad necesaria para hacerlo, y la condenó a seguir viviendo.
Ya no puedo abandonarla. De repente la presencia abrumadora de la muerte y de la locura, por segunda vez en mi vida con Polonia, arrinconó de golpe el impulso sexual y amoroso y lo hizo irrelevante. ¿Habéis follado con alguien que no quiere vivir? ¿se puede desear, siquiera un segundo, a quién no quiere vivir?