Quería que se echara hacia delante y me besara, y lo deseaba con tanta fuerza… Pero sabía que no lo haría.
Y ¿cómo lo sabía?
Porque me había pasado la vida entera asegurándome de que Wes Bennett supiera cuantísimo no querría, jamás de los jamases, que me besara.
—Vaya, gracias, Bennett —dije en un susurro.
—Lo digo en serio —dijo en voz baja también.
Así que lo besé yo.