Lisa Kleypas

El Diablo En Invierno

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  • Ivanna Peñaloza Acevedohas quoted7 years ago
    —Yo te tomo por esposo —susurró Evie.
    —¿Milord? —lo animó el herrero.
    St. Vincent la miró con unos ojos fríos y brillantes que no revelaban nada. Aun así, ella sintió de algún modo que él también sentía aquella tensión extraña, tan fuerte como la de un relámpago.
    —Yo te tomo por esposa —dijo en voz baja.
    —Ante Dios y estos testigos, yo os declaro marido y mujer —dijo MacPhee con tono de satisfacción—. Que lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre. Son ochenta y dos libras, tres coronas y un chelín.
  • Ivanna Peñaloza Acevedohas quoted7 years ago
    ¿Cuántos años tienes, milord? ¿Treinta y cuatro? ¿Treinta y cinco?
    —Treinta y dos. Aunque en este momento me siento como si tuviera ciento dos.
  • Ivanna Peñaloza Acevedohas quoted7 years ago
    Había soñado que se casaría con un hombre sensible, acaso un poco aniñado, que nunca se burlaría de su tartamudez y sería cariñoso y tierno.
    Sebastian, lord St. Vincent, era la antítesis de su amor soñado.
  • Ivanna Peñaloza Acevedohas quoted7 years ago
    No pareció alegrarse demasiado de que tomase prestada a su prometida.
    —Us... usted la ra... raptó —replicó Evangeline—. Tomarla prestada implicaría que tenía intención de de... devolverla.
    Sebastian esbozó la primera sonrisa de verdad desde hacía mucho tiempo.
  • Ivanna Peñaloza Acevedohas quoted7 years ago
    Mientras el silencio se prolongaba, Sebastian la contempló al agitado resplandor del fuego y se percató, con cierta sorpresa, de su atractivo. Nunca la había observado y sólo tenía la impresión de que era una pelirroja desaliñada con mala postura. Pero he aquí que era una muchacha preciosa.
    Apretó la mandíbula pero mantuvo su aspecto impertérrito, aunque hincó los dedos en la suave tapicería de terciopelo. Le resultó extraño no haberse fijado nunca en ella, ya que había mucho en que fijarse. Su cabello, de un vivo tono rojizo, parecía alimentarse del fuego y brillaba incandescente. Sus delgadas cejas y sus densas pestañas eran de un tono caoba, mientras que su piel era la de una auténtica pelirroja, blanca y con pecas en la nariz y las mejillas. Le hizo gracia la alegre dispersión de aquellas motitas doradas, esparcidas como si las hubiera rociado un hada bondadosa. Tenía labios carnosos y unos enormes ojos azules, bonitos pero impasibles, como de muñeca de cera.
  • Abigail Herrerahas quoted2 years ago
    —¿Va todo bien, cariño? —le preguntó mientras andaban.
    —Sí. Yo… —Sonrió y añadió de forma poco convincente—: Sólo quería verte.
  • Elena Herperhas quoted2 years ago
    —La oficina del club tiene fichas de todos sus clientes —ofreció Evie—. Dos mil quinientos caballeros de buena posición económica. Muchos de ellos están casados, claro, pero podría conseguir las señas de muchos buenos partidos.

    —¿Te permitiría lord St. Vincent husmear en una información tan privada? —repuso Daisy, escéptica.

    —¿Le niega alguna vez algo? —replicó Lillian en tono divertido.

    Evie, que había soportado con frecuencia sus bromas sobre la devoción de Sebastian, sonrió y bajó los ojos hacia la alianza que brillaba a la luz del fuego.

    —Casi nunca —admitió.

    —Desde luego, alguien tendría que decirle a St. Vincent que se ha convertido en un tópico ambulante —indicó Lillian tras soltar una risita burlona—. Se ha convertido verdaderamente en la personificación de todo lo que se dice sobre los calaveras reformados.

    —¿Se ha reformado, cielo? —preguntó Annabelle a Evie tras recostarse en la butaca.

    Al pensar en el marido cariñoso, pícaro y tierno que la esperaba en la planta baja, Evie sonrió de oreja a oreja.

    —Lo suficiente —contestó en voz baja, y no añadió nada más.
  • Elena Herperhas quoted2 years ago
    —Espera a que concibas, querida —sonrió Annabelle perezosamente—. Suplicarás masajes en los pies a cualquiera que pueda dártelos.

    Lillian fue a replicar, pero se lo pensó mejor y se limitó a tomar un sorbo de su copa de vino.

    —Oh, díselo, vamos —soltó Daisy sin apartar los ojos de la novela.

    —¿Decirnos qué? —preguntaron al unísono Annabelle y Evie, que se habían vuelto hacia Lillian.

    Lillian, incómoda, se encogió de hombros y dijo:

    —A mediados del verano le daré finalmente un heredero a Westcliff.

    —A menos que sea niña —precisó Daisy.

    —¡Felicidades! —exclamó Evie, y fue a abrazar a Lillian—. ¡Es una noticia maravillosa!

    —Westcliff está loco de contento, aunque trata de disimularlo —comentó Lillian mientras le devolvía el abrazo—. Seguramente se lo está contando a St. Vincent y a Hunt en este momento. Parece creer que el logro es totalmente suyo —añadió con sorna.

    —Bueno, su contribución fue esencial, ¿no? —señaló Annabelle, divertida.

    —Ya —respondió Lillian—. Pero el trabajo duro me toca a mí.

    —Lo harás muy bien, querida —le sonrió Annabelle—. Perdóname si no doy brincos, pero te aseguro que estoy contentísima. Espero que tengas lo contrario de lo que yo tenga; así podremos concertar un buen matrimonio. —Y con tono quejumbroso y engatusador pidió—: Evie, vuelve. No puedes dejarme con sólo un pie masajeado.
  • Elena Herperhas quoted2 years ago
    —. No me importa tener que esperar mi turno. Después de todo, alguien tenía que ser la última florero. Pero empiezo a dudar que encuentre un hombre adecuado para casarme.

    —Claro que sí —aseguró Annabelle—. No preveo ninguna dificultad, Daisy. Hemos ampliado bastante nuestro círculo de amistades, y haremos lo que sea necesario para encontrarte el marido perfecto.

    —Ten en cuenta que no quiero casarme con un hombre como lord Westcliff —indicó Daisy—. Es demasiado autoritario. Y tampoco como lord St. Vincent, demasiado imprevisible.

    —¿Y qué tal como el señor Hunt? —quiso saber Annabelle.

    —Demasiado alto —objetó Daisy.

    —Te estás volviendo bastante quisquillosa, ¿no crees? —señaló Annabelle con ojos divertidos.

    —¡En absoluto! Mis expectativas son razonables. Quiero un hombre bueno al que le gusten los paseos largos, los libros y que adore los perros, los niños y…
  • Elena Herperhas quoted2 years ago
    —Mi amor es tuyo —susurró tras rozarle con los labios la alianza de oro, y Evie supo que había ganado. Aquel hombre apasionado, extraordinario e imperfecto era suyo; le había entregado el corazón para que lo guardara a buen recaudo. Era una confianza que ella no traicionaría jamás.
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