«Enseguida nos besamos. Lo que yo pensé que sería un romance fugaz pero cálido y dulce se convirtió en un huracán en dos minutos. Ya eran las doce de la noche o más. Soplaba un aire frío del norte, había un oleaje fuerte salpicando sobre la calle y por supuesto no se veía a nadie por allí. Me llevó al interior de un edificio muy oscuro, un palacete venido a menos, con una escalera de mármol ancha y sucia. Todo a punto de caerse a pedazos y con olores a orina y excrementos. Allí, debajo de aquella escalera, casi me violó. Con una brutalidad inesperada me agarró fuerte por el pelo y me estremecía a tirones a la vez que me susurraba al oído: “Puta, cochina, puta”, mientras, de pie, me penetraba violentamente muchas veces. Él enloqueció y yo perdí la noción del tiempo. Cuando al fin terminamos y salimos al Malecón, yo estaba extenuada, adolorida,