–Es para ti –dijo–. Échale un vistazo mientras bajo a tomar una copa.
Me conmocionó lo que había escrito. Con su estilo más hermoso, sensible e inteligente Tennessee Williams había redactado mi biografía. Pero, en efecto, el texto era un poco más que una crónica reveladora de mi función de alcahuete para la comunidad homosexual de Los Ángeles. Había trazado mi vívido retrato como la madrina mariquita de todo el universo gay de Los Ángeles. La obra me describía como si yo sobrevolase Hollywood Boulevard dirigiendo a todas las locas de la ciudad. Daba la impresión de que si yo no existiese no habría en absoluto vida gay en Hollywood. Me había convertido en un inconformista, un renegado, una estrella, un héroe. El artículo se proponía halagarme, celebrar lo que yo había hecho, pero en realidad me ponía como si fuera la madre de todos los maricas. Se pasaba de la raya.
Cuando volvió, una o dos horas después, me preguntó qué opinaba y sólo le dije: «Tenny, sé que eres un encanto, cariño, y sé que tienes buenas intenciones, pero rómpelo, por favor.»