Ahora estaba todo junto, ahora la obra podía fluir completa, sin brechas, continua, y yo estaba con mi hijo de veintitrés años que podía ver lo que había hecho su abuelo, ese cuadro que nos abrazaba a todos, como un espacio donde las criaturas podían moverse libremente, sin límites, porque no había borde, no había fin, porque vimos, después de un rato de estar con Gastón ahí sentados, que los peces y los círculos del agua pintados en lo que habíamos creído el borde final del último rollo del cuadro se ensamblaban perfectos con los círculos del agua y con los peces de lo que había sido el primer borde pintado por Salvatierra cuando tenía apenas veinte años.