Ventoux

—en ningún otro lugar sientes tanto como en el Mont Ventoux que el mundo está a tus pies, y más cuando acabas de subir por encima de ese mundo con tu propia fuerza.

se hizo el silencio en el mundo que me rodeaba y se me presentó la voz de los comentarios, algo que temía. Sabía que era síntoma de cansancio, de la autonomía del cerebro causada por la pérdida de control.

«Voy atrás en el tiempo. Si pedaleo muy fuerte, vuelvo atrás en el tiempo. Con cada golpe de pedal me acerco al pasado. Las cubiertas son el tiempo que rueda hacia atrás. Lástima que rueden en sentido contrario a las agujas del reloj».

No hablábamos mucho. La perspectiva del Bosque y de la escalada hasta la cima nos mantenía ocupados y ninguno sentía la necesidad de compartir sus pensamientos con los demás. Estábamos concentrados. Intentábamos que nuestros monólogos interiores no desvariaran, porque sabíamos que eso podía significar que cada cuesta se transformara en un infierno.

El sentimiento de culpa es cobardía para aceptar que las cosas ocurren como ocurren, y que, a veces, salen terriblemente mal.

Una mesa redonda no tiene jerarquía.

—¿Sabes lo que pasa, Anna? Es que es un poco raro llamar a tu propio pasado. Espera a tener la edad que tengo yo ahora. Además, el pasado nunca contesta.
Esa noche lo intenté y, de repente, oí su voz.
Concertamos una cita.

Porque soy una persona que se resigna a las circunstancias, que no cuestiona nunca el curso de los acontecimientos. Un fatalista.

Tendrás que mirarme bien en mi lecho de muerte. Entonces volveré a ser quien realmente soy, despojado de todo, habiendo olvidado el pasado, sin futuro.

El tiempo te consume. El tiempo te cambia. ¿Cómo lo diría? ¿A quién ves allí? ¿A tu padre?