Tumba de jaguares

mujer que escribe esas cartas de la novela que ella escribe, sólo sabría

una novela en la que sólo las cartas de la mujer pudieran leerse y no se supiera nunca a qué cosas aludía, a qué preguntas contestaba, por qué decía lo que decía. Una novela desde este solo borde de la vida, en la que fuera el misterio y no la aseveración lo que saltara a los ojos de quien la leyera

Cómo es posible que sepa lo que quiere si apenas hace pie sobre un deseo brumoso? No lo sabe del todo porque lo que aún no sabe con seguridad, ¿cómo habría de saberlo?, es cuándo ni cómo, cómo llegar

eso que usted ve.
El agua se encrespa con la tormenta pero no habla como habla el mar. Esto es el río, el agua es barrosa y dulce, hay remolinos y canales insospechados

ella estaba aunque no pareciera que lo estaba, estaba aislada ella, ella que era la virgen intocada porque quería ser virgen siempre para siempre y quería serlo porque no soportaba la idea de que la tocaran, la rozaran apenas: una mano, un flanco, labios, algo viviente como lo que ella llevaba en estandarte

por fin verme y verla por fin

habrá llamado a alguien?, ¿habrá pedido por alguien?, ¿habrá pedido algo

ya no es ella sino que es un puro dolor que le clausura los sentidos y hasta le impide oír la música que tapan los gritos de la otra, la que sigue, como los de ella que ni siquiera sabe que grita, que ha gritado

Ay, por qué, por qué no puedo, por qué me es imposible morir o volverme loco, dar ese paso difícil e instantáneo hacia la sombra en donde ya no hay nada, ni recuerdos ni imaginaciones ni ciudades en las nubes ni collares de cuentas celestes ni brutos que se la llevan y la tiran en un camastro y la violan entre jadeos y risas uno por uno y la desangran y después dicen traigan a otra y a ésta llévenla a la máquina

en el que van pasando cosas que no hubieran pasado si yo no hubiera corregido el capítulo veintiséis