—He muerto aquí. ¿Lo entiendes? —Frunció el ceño. Pensaba que estaba delirando, pero necesitaba que me escuchara—. Este ha sido mi martirio, Tolya. He muerto aquí hoy.
—Sankta Alina —dijo con suavidad, y me besó los nudillos en un gesto elegante, como un caballero en un baile. Recé a todos los Santos reales para que lo comprendieran