—¿Y yo, Gran Abuela? —preguntó Timothy—. ¿Vine por la ventana del Alto Ático? —Tú no viniste, niño. A ti te encontraron. Te dejaron en la puerta en un canasto que tenía el «Usher» de Poe de almohada y un volumen de Shakespeare a los pies. Y tenías una nota pinchada en la bata: historiador. Te enviaron, niño, para que escribieras sobre nosotros, nos anotaras en listas, registraras nuestras huidas del Sol, nuestro amor a la Luna. Pero en cierto sentido, la Casa te llamó, y tus pequeñas manos con los puños cerrados ansiaban escribir. —¿Qué, Gran Abuela, qué? La boca antigua balbuceó y susurró y susurró y balbuceó… —Por empezar, la Casa misma…