es lo petrificados que se quedaron todos cuando los recién llegados entraron por la puerta: el pregonero, el novio, la novia, los invitados, hombres y mujeres, todos a medio volverse, con la alegría todavía en las caras pero con el espanto penetrando en sus miradas, comprendiendo, aun antes de haber tenido tiempo para hacerlo, que se había detenido el transcurso de sus distintas existencias, reunidos allí por mera casualidad, sólo por una noche, en un mismo lugar, grotescos e inmóviles, como en un lienzo vagamente alegórico, con las mesas cargadas de manjares triunfales que los encuadraban a todos de manera simétrica en dos líneas de perspectiva.»