He hecho el ridículo?», ha preguntado.
«¡Por Dios!, ¿qué le ha hecho pensar eso?», he exclamado.
«No lo sé. Pero ¿cree que sí?».
«Por supuesto que no», le he dicho. «Ha estado enfermo, nadie puede impedir eso, pero si se hubiera encontrado bien habría ayudado como el que más. Si mal no recuerdo, empezó haciéndolo».
Había algo muy patético en él y creo que ha sido eso lo que me ha llevado a decir, casi antes de saberlo: «¿Quiere que tome aquí la cena de Navidad con usted?». A él iban a llevársela y me ha parecido muy triste que tuviera que cenar solo. Al principio no ha creído que hablara en serio, pues él es así, pero cuando ha visto que no bromeaba, a punto ha estado de no caber en sí de felicidad y he tenido que fingir que no me daba cuenta. Aunque, claro, el hombre no estaba bien