Nuestros pensamientos, deseos, dolores y emociones no son más que nuevas manifestaciones sensibles de la química. Más aún, los fantasmas de nuestros sueños, la conciencia y el alma vaporosa son meros subproductos de la magia de la química. Basta que un accidente perturbe las reacciones químicas del cerebro para que nuestro Yo, tan convencido de su eternidad, deje de existir, o se suma en un sueño profundo y nos convierta en vegetales, anclados a un sitio, ausentes del transcurrir del tiempo.
Antonio Vélez, de «El alma y la química»