Por las noches, después de la cena, salía a cubierta y miraba las estrellas, maravillado, mientras los hombres fumaban sus pipas en silencio, con un océano de melancolía en el fondo de sus ojos. Se contaban historias, se cantaban canciones, y el corazón se llenaba de horizontes lejanos, de exóticas bellezas y de sueños paradisíacos. Los hombres me decían que ahora estaba “herido” para siempre, y era cierto. Juré a la estrellas que jamás volvería a Hamburgo, y mucho menos a arreglar relojes en la pequeña tienda familiar. Ahora mi corazón estaba lleno de grandes sueños.