Todo escritor de buen corazón debe tener un gato que lo cuide. Eso es cierto particularmente en el caso de mi querido amigo el poeta Jorge Teillier Sandoval. Él lo necesitaba más que nadie porque como todos saben padecía de una enfermedad sin remedio: era dipsómano, palabra extraña para designar al borracho, al curado, al cañoneado, etc.
Tal vez haya sido el destino. Mi gran amigo Jorge nació así o venía así. Dio clases dos años en el liceo de Lautaro, clases de Historia y Geografía, porque era profesor de Ciencias Sociales; no de Castellano, decía que sus alumnos favoritos eran los flojos, los que se sentaban en el fondo de la sala y obtenían a lo sumo la nota 3.0…