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Iván Farías

Crónicas desde el piso de ventas

  • Yeni Rueda Lópezhas quoted6 years ago
    No es lo mismo visitar librerías que trabajar en una de ellas, pero yo me sentía muy confiado.
  • b0959020737has quoted3 years ago
    especie de ganancia necrófila.
  • b0959020737has quoted3 years ago
    «La fuerza de trabajo es, pues, una mercancía que su propietario vende... para vivir.»
  • b0959020737has quoted3 years ago
    era como si escogiera vidas que vivir en las portadas coloridas con interiores en papel de pulpa.
  • b0959020737has quoted3 years ago
    Pensaba mucho en la muerte, repetía constantemente que los soldados no tenían miedo a la muerte y que por eso eran los mejores líderes.
  • b0959020737has quoted3 years ago
    clientes pez, como yo les digo. Sujetos que se deslizan por las mesas y los libros como peces en el mar, dejándose llevar por los títulos, levantándolos con efusividad, revisando las cuartas y abriendo solo los necesarios.
  • b0959020737has quoted3 years ago
    Cuando un hombre de su edad desaparece tanto tiempo uno piensa en la muerte
  • b0959020737has quoted3 years ago
    misma que ocupaba todos los días y en la que desayunaba, comía, leía, escribía, es decir, vivía.
  • Josué Osbournehas quoted4 years ago
    Los libreros son un híbrido extraño entre lectores asiduos, escritores frustrados, terapeutas y opinadores con doctorados en todo tipo de tema. Los libreros son gente con carreras truncas o en una mala racha, que al estar entre libros empiezan a sentir una cierta comodidad que no otorga ningún otro trabajo, porque, seamos sinceros, una librería es un sitio hermoso. Con el paso del tiempo desarrollas un amor muy grande por el lugar en el que trabajas y lo haces tuyo, aunque en realidad nunca acabas perteneciendo a él. A menos de que seas el dueño.
  • Josué Osbournehas quoted4 years ago
    A los tres meses del duelo regresó Cristina Pacheco. Se veía más delgada y no caminaba tan aprisa como antes. Se agarró de mi brazo y recorrimos las mesas de novedades como siempre. Pidió un par de libros, le recomendé otros y llegamos hasta donde estaban las pilas de libros del maestro José Emilio. Se detuvo a unos pasos de ellos. Se quedó callada y, sin soltar mi brazo, estiró su mano hasta tocar la portada de uno de ellos.

    Me abrazó y se puso a llorar. Era un llanto lastimero, lleno de dolor, un llanto quedo, un llanto cansando de tanto salir. Un llanto que se comunicaba. Y me puse a llorar con ella. No lo pude evitar. Los dos lloramos por segundos que se sintieron horas. Luego se separó de mí y me dijo: «Ustedes tienen la culpa, me lo recuerdan todo el tiempo».
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