Una frialdad insensible, o mezquina, sobreviene cuando nuestros sentidos animales se separan durante mucho tiempo de la tierra animada, cuando nuestros oídos –inundados con el estruendo de las alarmas de los coches y el trueno silencioso del subterráneo– ya no se encuentran con el silencio resonante, o cuando nuestros ojos olvidan la naturaleza salvaje e irregular de esas cosas verdes que crecen detrás de las apabullantes líneas rectas.