Los que seguimos el camino real del liberalismo mexicano —y somos inmensa mayoría entre la gente universitaria— pasábamos de una en otra escuela laica sin tropezar nunca con el latín, que ciertamente nos parecía antigualla de iglesia. Y aun daba pena, en la Escuela de Abogados, encontrar, a guisa de limosna, una miseria de derecho romano que, ya en mi tiempo, el emérito maestro Eguía Liz enseñaba como quiera a los pocos que voluntariamente concurrían al cur