El día que su tío Pedro murió, Roque se puso a pedido de su tía los zapatos nuevos del tío, con algodones en las puntas para que no le bailaran los pies, y salió a caminar, para ablandarlos nomás. Ese día comenzó su propia peregrinación, ya no recorriendo iglesias con su tía para expiar una culpa piadosa, sino por un camino que lo llevaría del baile y la música al amor, del amor al abismo y del abismo a la intemperie, en la que por fin podrá dejar los zapatos de los demás para caminar sin intermediarios.