«¿Ves cómo no puedes? Ven.» La mujer se agachó y estiró su brazo. La sombrilla se desvió un poco y pude verle la cara. Tenía una sonrisa en los labios y unas gafas de sol enormes que cubrían casi todo su rostro estrecho. Efectivamente parecía mayor, pero probablemente más joven que mi suegra o mi madre. Avergonzada, tomé su mano. Estaba fría y era demasiado huesuda, me pareció, para cargar con mi peso, pero apenas hubo tiempo para dudar. Enseguida la mujer dijo: «Tres, dos, uno», y tiró de mi brazo con fuerza