—¿Puedo besarte?
La risa me burbujea en el pecho. Sé que es un impulso nervioso, no puedo evitarlo. Porque me parece ridículo que pregunte cuando llevo toda
la noche esperando que lo haga. Y, al mismo tiempo, es la cosa más tierna que podría haber hecho jamás.
—Por favor.
Todavía estoy luchando contra la risa cuando oigo la suya. Cuando se inclina hacia mí. Yo la estoy esperando, pero aun así me sorprende lo delicada que es esta vez, en contraste con todas las ocasiones en las que me ha besado antes.
Incluso cuando se separa, yo no puedo dejar de sonreír. Apoya su frente contra la mía, con la mano todavía en mi mejilla y la otra sujetando mis dedos. Después de todo lo que hemos hecho, después de todo lo que hemos pasado, este momento me parece más íntimo que cualquiera que hayamos tenido, con su rostro cerca y sus ojos en los míos.
—Sal conmigo —susurra, y mi corazón se detiene—. No quiero que seas solo mi amiga. Ni la chica con la que me acuesto de vez en cuando.
Quiero… todo. Aunque me dé un poco de miedo. Aunque la aplicación no nos junte. Aunque pueda salir mal, te quiero a ti.
Creo que podría llorar. Que voy a hacerlo, aunque también quiero reír.
Noto el picor en los ojos y el nudo en la garganta. Esta vez soy yo quien coge su rostro. Quien la besa.
—Sí.
Otro beso. Su risa.
—Sí.
Y por si no había quedado claro:
—Sí.
Reímos. Yo le lanzo los brazos al cuello y Kat me da una vuelta en el aire que me hace gritar y que acaba con otro beso. Con más carcajadas. Con mis piernas alrededor de sus caderas y sus brazos sosteniéndome como si fuera muy ligera. Con mi pintalabios por toda su cara y su sonrisa contra mi cuello.
Con la certeza de que, diga lo que diga Soulcial, estamos hechas la una para la otra.