“La oligarquía –decía en un debate parlamentario en 1880–, esa de que tan seriamente se nos habla, vive en un país representativo parlamentario, que tiene sufragio universal o casi universal, donde todos los ciudadanos tienen igual derecho para ser admitidos al desempeño de todos los empleos públicos y en que la instrucción, aun la superior y profesional, es gratuita. Agréguese que no existen privilegios económicos ni desigualdades civiles en el derecho de propiedad y convendrán, mis honorables colegas, conmigo, en que un país con tales instituciones y con oligarquía es muy extraordinario; tan extraordinario que es verdaderamente inconcebible. Me temo mucho que los honorables diputados que nos dieron a conocer esta oligarquía hayan sufrido un ofuscamiento, que les ha impedido mirar bien, confundiendo así lo que es distinción e influencias sociales y políticas de muchos, nacidas de los servicios públicos, de la virtud, del saber, del talento, del trabajo, de la riqueza y aun de los antecedentes de familia, con una oligarquía. Oligarquías como esas son comunes y existen en los países más libres y popularmente gobernados. Los honorables representantes encontrarán oligarquías de esta clase en Inglaterra y aun en los Estados Unidos de América. A esas oligarquías que son cimientos inconmovibles del edificio social y político, solo las condenan los anarquistas y los improvisados”.