Antes de que su vida se hiciera añicos no se había percatado de lo incómodo que era el dolor, de lo inoportuno que resultaba para todos aquellos con quienes la persona de luto interactuaba. Al principio era algo que la gente reconocía, respetaba y tenía en cuenta. Al cabo de un tiempo, sin embargo, se convertía en un obstáculo y se interponía en la conversación, en las risas, en la vida normal. Todo el mundo quería olvidarse de ello y seguir con su vida, y ahí se quedaba una, en medio del camino, impidiendo el paso, con el cadáver de su hija muerta a rastras.