sabes cuánto me emociona estar aquí, contigo —empezó Arthur con voz suave—. Tal vez haya quien, al mirarte, no vea más que a un hombre. Peor para ellos, pues eres mucho más que eso. Eres la luz del sol que ahuyenta las nubes en un día lluvioso. Eres la flor más vistosa de un jardín donde el color pugna por existir. Cuando te miro, veo al hombre, pero también la vida que bulle justo bajo la superficie. Me has enseñado mucho desde que llegaste a nuestro hogar, pero lo más importante que he aprendido es que existe la magia en lo cotidiano, una magia que posee el poder de cambiar el mundo. Me lo has demostrado con tu bondad, tu empatía, tu deseo de ver a nuestros hijos (y a todo aquel que desembarca en nuestras costas) progresar y triunfar. Una vez me dijiste que, cuando lo necesitara, tú serías mi fuerza, mi esperanza. Y, amor mío, creo que eso es justo lo que eres, y no solo para mí, sino para todos. Gracias por elegirnos. Gracias por querernos. Gracias por vernos tal como somos. —Se llevó las manos de Linus a los labios—. Es un honor para mí conocerte, haber recibido ese regalo que es tu corazón. Te prometo por todo lo que tengo y lo que soy que no dejaré que pase un solo día sin recordarte lo valioso que eres para tu familia. Y para mí.