—Te juro que voy a descuartizarte.
Mareada, Lillian musitó:
—Marcus, espera...
Sin más ceremonias, fue arrojada sobre Simón Hunt, que la cogió por instinto mientras Marcus corría a toda prisa hacia las escaleras. En lugar de rodear la barandilla, la sorteó de un salto y aterrizó sobre los escalones como un gato. Lo que siguió a continuación fue apenas un borrón de movimientos. St. Vincent trató de llevar a cabo una retirada estratégica, pero Marcus se arrojó hacia arriba, lo agarró por las piernas y le hizo caer. Lucharon cuerpo a cuerpo, maldijeron e intercambiaron una andanada de puñetazos demoledores hasta que St. Vincent trató de darle una patada al conde en la cabeza. Marcus rodó para evitar la pesada bota y se vio forzado a soltar a su adversario durante un segundo. El vizconde aprovechó ese instante para dirigirse a toda prisa escaleras arriba y Marcus corrió tras él. No tardaron en quedar fuera de la vista. Una entusiasta multitud de hombres los siguió gritando consejos, intercambiando comentarios y soltando vehementes exclamaciones acerca del espectáculo que ofrecían ese par de aristócratas peleándose como gallos.
Pálida, Lillian miró a Simón Hunt, que esbozaba una media sonrisa.
—¿Es que no piensa ayudado? —quiso saber.
—Caramba, desde luego que no. Westcliff jamás me perdonaría que lo interrumpiera. Es su primera pelea de taberna. —La mirada de Hunt recorrió a la joven de forma amistosa.